Ayer Yolanda y su hijo, de once años, murieron asesinados presuntamente a manos de la actual pareja sentimental de ella en un nuevo caso de violencia de género. Ha sido la cuarta asesinada del año a manos de su pareja o ex pareja y sólo llevamos 18 días del año. El recuento vuelve a empezar, pero el goteo de muertes no cesa. La Ley Integral de Violencia de Género lleva tres años en vigor y el balance de 2007 es desalentador: fueron 60 en 2005, 68 en 2006 y 74 el año pasado.
Algunos casos han causado una fuerte conmoción social. Como los asesinatos de Concepción Huerta-quemada viva en su casa-, Mari Luz Pose-muerta de un tiro en la frente disparado por su ex pareja, guardia civil, en el cuartel donde iba a poner una denuncia-, o el de Svetlana Orlova, a la que mató el mismo que días antes le había propuesto, arrodillado, meloso y con un anillo en la mano, matrimonio en el programa de Antena 3 El diario de Patricia. Ella se negó delante de toda España y él la mató. Violencia de género consumida en vivo y en directo por el público. Un macabro espectáculo que, sin embargo, tuvo el efecto de concienciar a la población de que detrás de las frías estadísticas, detrás de las letanías “ya van 13, 35, o 53 muertas por violencia machista”, hay personas con rostro, hijos, amigos, con vida.
El aumento de víctimas extranjeras es notable. En 2006 fueron el 29% del total, un porcentaje alto, pero este año han llegado hasta el 40%. Y la población inmigrante apenas llega al 10%. La especial vulnerabilidad de estas mujeres, incrementada cuando no tienen papeles, parece indudable, como recogía recientemente un informe de Amnistía Internacional sobre el tema. Pero los agresores no son siempre extranjeros. Una idea extendida es que la mayor violencia hacia la mujer de determinadas culturas provoca que ésta persista en España. Sin embargo, al menos 10 de las mujeres extranjeras asesinadas lo fueron a manos de un español, según datos del Observatorio contra la Violencia de Género del Consejo General del Poder Judicial. Es decir, al menos un tercio no murieron por una cultura violenta más allá de nuestras fronteras, sino por tener una pareja española. Betsabé, por ejemplo, era una venezolana que había conocido a su marido por Internet, chateando. Dejó sus estudios de Ingeniería Industrial para venir a vivir a España con él. Se había enamorado perdidamente, según relató después la familia. Menos de un año después de la boda, su cuerpo apareció en la maleta de un coche.
De las 74 mujeres asesinadas, 12 tenían órdenes de protección en vigor, y una de ellas, una pena de alejamiento.
¿Por qué el Estado no pudo proteger a las mujeres que tenían orden de protección vigente, que habían pedido ayuda a la sociedad? Las denuncias van en aumento -han sido 93.000 en los primeros nueve meses de 2007, según el Poder Judicial-, los abogados, jueces y fiscales insisten en la necesidad de que se afinen los medios para valorar qué mujeres son las que corren más riesgo. Porque a las 120.000 que denuncian cada año no se les puede poner un escolta privado. Para valorar el riesgo hacen falta medios y personal especializado. El instrumento que prevé la ley son las unidades de valoración integral de la violencia de género, con trabajadores sociales, médicos forenses y psicólogos que deben hacer un estudio de la víctima, el agresor y su entorno. Pero, según datos de junio, sólo hay 30 en toda España (y únicamente en Andalucía -que ha reducido sus muertas a la mitad- hay una por provincia).
La brutalidad de la mayoría de los crímenes es infinita: ha habido 39 apuñalamientos, 6 disparos, una mujer quemada viva, 9 estranguladas, 12 matadas a golpes, 4 degolladas, una ahogada, una asesinada a martillazos y una mujer arrojada desde un balcón. Y numerosas agresiones que sin acabar en muerte son igualmente espeluznantes: un hombre tiró de la moto en marcha a su novia, embarazada de siete meses.
Algunas de las actitudes de los agresores después de matar son sorprendentes. Como si el asesinato fuera algo esperado. Uno de ellos bajó al portal de la casa en la que acababa de asesinar a su mujer diciendo: “Si se venía venir. Esto tenía que pasar”. Otro se fumó un cigarro mientras observaba el cadáver y un tercero dio un paseo cerca del mar después de apuñalar a su mujer en un centro comercial. Otro mandó un SMS: “Acabo de matarla”.
Algunos se suicidaron (seis) o intentaron hacerlo (16). Otros, intentaron disimular el crimen. Como Juan Miguel Villar, el marido de la venezolana Betsabé, que fingió durante meses que ella se había fugado con otro hombre a Sevilla y lamentaba amargamente su desamor delante de sus amigos. O como José Tomás Ejea, que acompañó a su mujer, apuñalada de muerte, a un centro de salud cercano a su casa en Calanda (Teruel). “Se ha caído en la cocina y se ha clavado un cuchillo”, dijo. La mujer murió desangrada -sin decir en ningún momento que su marido la había apuñalado- y él aprovechó que tenía que ir a recoger su cartilla de la Seguridad Social para esconder todas las pruebas. Tardaron más de un mes en detenerlo. Mientras tanto, se fue a vivir con unos parientes, que lo acompañaron en su triste viudedad.
Estas 74 mujeres, o al menos algunas de ellas, han sido víctimas de un marido, que le pegaba habitualmente y una de sus razones: era demasiado guapa...